Conservar el agua y la tierra es utilizar estos recursos de manera que el hombre se beneficie permanentemente con ellos. Utilizar significa intervenir, y a menudo alterar el curso natural de los acontecimientos que confieren al suelo y al agua sus benéficas propiedades. El uso irreflexivo deteriora, mengua o extingue estos recursos; la utilización juiciosa de ellos mejora su aptitud natural, preserva su capacidad productiva y asegura su permanencia. Conservar es entonces, usar adecuadamente. La ingeniería conservacionista es la que consigue derivar beneficios de las tierras y aguas manteniendo un balance positivo entre las tendencias contrapuestas que generan el uso y el abuso.
En la Agricultura, la conservación de la tierra depende estrechamente de cómo se usa el agua; y la conservación del agua, de cómo se usa la tierra. La erosión natural o provocada y la salinización del suelo por el riego son ejemplos típicos de lo primero. La contaminación del agua por pesticidas y fertilizantes es un ejemplo bien conocido de lo segundo. Pero, no sólo el abuso indebido de los recursos renovables sino también la ineficiente utilización de ellos, es una forma negativa de la conservación. Si el agua se usa ineficientemente, se hace también ineficiente el uso del suelo. Si la tierra no se utiliza con eficiencia, tampoco resulta eficiente la utilización del agua. Si la tierra es fértil, la aplicación de mucha o de muy poca agua, significa perder los minerales que podían aprovechar los cultivos.
Si el agua es abundante, la aplicación de insuficiente abono o la defensa inoportuna de plagas o peste, significa desperdiciar al aporte del riego a la productividad vegetal. Es una consecuencia del principio de los elementos limitantes. No utilizar cabalmente la tierra y el agua según su capacidad es también un despilfarro, como lo es el usarlos a una intensidad superior a su capacidad. A menudo se insiste en Conservación que lo que se usa intensa y exhaustivamente se pierde con rapidez, y a menudo con catastróficas consecuencias agroecológicas. Lo anterior es verdad, pero no siempre se advierte que lo que no se usa adecuada y oportunamente también es una pérdida; imperceptible por cierto y menos dramática que las profundas cárcavas de la tierra, las manchas salitrosas sobre el suelo o la turbidez o suciedad de las aguas. Pero, es una pérdida crónica y sus resultados finales son los mismos: la creciente incapacidad del recurso de responder a las necesidades del hombre.
La Agricultura consume enormes cantidades de agua por la vía de la evapotransportación. El suelo almacena el agua, la vegetación la consume, y la atmósfera la extrae. Las plantas, aún las llamadas terrestres, son organismos fisiológicamente acuáticos: su máximo rendimiento biológico lo mantienen por una permanente hidratación. La transpiración, impulsada por el poder desecante de la atmósfera, hace fluir agua del suelo a las raíces y crea sí internamente en la planta el ambiente acuático necesario a su fisiología. Además, por transpiración se desprende una parte considerable de la exagerada carga energética que la vegetación recibe del sol y del calor del aire. Por eso, la transpiración es una evaporación productiva. En cambio, la evaporación de agua directamente del suelo, es improductiva. Usar eficientemente el agua y la tierra en agricultura es, en este caso, hacer que el tránsito del agua del suelo, a través de la planta, hacia la atmósfera sea lo más productivo posible.
El riego es la práctica de ingeniería más obvia para elevar la eficiencia del agua y la tierra. Con él se regulariza el suministro de agua según las exigencias de los cultivos. El conocimiento de la intensidad de evaporación y transpiración de los terrenos cultivados es básico en la formulación de proyectos y ejecución de obras y prácticas de riego.
Es por eso que interesa a la agronomía conservacionista adecuar la agricultura de lluvia a los ciclos pluviométricos, de modo que las exigencias de agua de los cultivos sean satisfechas en la mayor proporción posible con estos irregulares aportes naturales. La diferencia entre la oferta de agua (precipitación) y la demanda de la vegetación (evaportranspiración) debe dejar el mejor saldo. En este balance, el suelo juega un importante rol mediador, porque posee una limitada capacidad de retener agua y la que almacena es cedida gradualmente a las plantas. Su efecto es, por consiguiente, amortiguar las abruptas transiciones de humedad de los periodos de lluvia y sequía . Suelo, plantas y atmósfera forman así un sistema integrado y unitario que el agrónomo (“Hombre de Campo”) debe comprender si pretende derivar de él un sostenido beneficio.
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Por los cambios climaticos y fisicos de la tierra enfrentamos los desafíos de la nueva agricultura, los Abonos diocrop
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